viernes, 21 de agosto de 2009

Martini

S’Agaró, 19 de agosto. Mediodía. Calor intenso. Muy intenso. Cientos de personas al sol. A un sol vecino del lujo del Hotel de la Gavina (en el que no me alojo). He venido dispuesto a comprobar que la dolce vita existe, y que está en manos de unos pocos privilegiados. He llegado con la intención de pasear por el camí de ronda que va bordeando la costa sobre la que reposan impresionantes casas con vistas. Y he cumplido con ambos objetivos. Un paseo magnífico. Una fuente de buen rollo inconmensurable. Pero nada es eterno.

De vuelta al punto de inicio, un berreo de talla XXL despierta mi curiosidad. ¿Quién puede ser el responsable de tamaños gritos? ¿Cuál puede ser la causa? ¿Un accidente? ¿Un problema? No. Lejos del lujo del hotel, y del glamour de las casas durmientes sobre la mismísima línea de la costa, una bronca mainstream donde las haya: niño pre-púber amenazando a su progenitor con lanzarle la toalla usada a la cabeza. Progenitor amenazando al pre-púber con cualquier fórmula al uso. Progenitora a medio camino entre la comprensión, la vergüenza y el intento de despiste. Vacación en estado puro. Total, vete tú a saber por qué causa: una orden mal interpretada, un helado no comprado, una hartura incomprendida, una soledad inadvertida…

Como dice Germán Sierra en su obra Intente usar otras palabras (Mondadori, 2009): “Su padre repetía diversos aforismos vulgares para referirse a «la vida», del tipo «La vida es una putada», «Así es la vida», «La vida no te espera», «Esto no es vida»… Pero el favorito de Carlos siempre ha sido «La vida no es un anuncio de Martini».

Hoy no puedo estar más de acuerdo con él.

Visibles

Le Mayet d’École (Auvernia, Francia), 13 de agosto. Después de algunas horas conduciendo por el muy agradable centro de Francia llegamos a casa de un gran profesional, magnífico pensador y mejor amigo. Claudio y su esposa Donnatella nos esperan con los brazos abiertos (literalmente). Por una vez me he metido las formas en el bolsillo y he sucumbido a las ganas de verles y de compartir un par de días con ellos.

Con Claudio nos unen distintas cosas: la comunicación, la buena mesa, la afición por la tertulia –siempre en italiano por su parte, y siempre en español por la nuestra– y una cierta obsesión por hacer (intentamos) bien las cosas. Me gusta presentarle como matemático, aunque tanto como filósofo, creo. Con los años hemos trenzado una mistad que ha trascendido lo profesional, para pasar a lo personal e incluso a lo familiar.

Cuando nos vemos, lo primero que hacemos es ponernos al día. En qué estamos enfrascados, qué nos preocupa, cuáles son los retos. Y siempre surge algún tema en el que quedamos enrocados: el de esta ocasión fu el salto necesario de un triángulo a un rombo.

Ya hace mucho escribí que, también en términos personales pero sobre todo en términos de marca, somos lo que parecemos, por lo que hemos de trabajar muy duro en –al menos– parecernos a lo que queremos ser. Para ello, últimamente he estado utilizando lo que he nombrado como el Triángulo de la Comunicación. Un triángulo resultado de la evolución de los aspectos básicos a tener en cuenta para lograr los mejores resultados en la planificación de esa comunicación: audiencia, influencia y participación. O lo que es lo mismo, una masa crítica de individuos suficiente como para significar un hecho relevante; una capacidad elevada de generación de un estado de opinión acerca de lo que nos mueve y, finalmente, la posibilidad real de materializar el cambio promovido. Todo muy bien, pero posiblemente insuficiente.

Ante un jardín inmenso y más bien mediterráneo por su espíritu (irregular, libre, con una cierta dosis de espontaneidad…) andábamos hablando de todo ello, cuando llegamos a la convicción de que teníamos que incorporar un nuevo elemento al triángulo. Teníamos que convertirlo en un rombo en el que el vértice superior fuera la visibilidad (imprescindible para poder generar conocimiento), de la que nacieran dos ángulos igualmente importantes (audiencia e influencia) que dieran lugar a un punto final, consecuencia de todos los demás: la participación. Obvio o no, una forma ordenada de combinar todos los elementos necesarios en el proceso de comunicación: la creatividad, la gestión de los touchpoints, el tratamiento de la comunicación no publicitaria y el deseado call to action.

Sí, es fácil. Pero ¿por qué tenía que haber sido complicado? ¡Benditas vacaciones!