viernes, 19 de septiembre de 2008
Un placer
Hoy, gracias a una actuación profesional compartida (hay que ver, nunca había escrito “concurso” con tantas letras) he tenido la ocasión de aplicarme el cuento. De ser consciente una vez más de lo importante que puede llegar a ser compartir no solamente buen hacer profesional, sino también pasión por el trabajo hecho. El escenario era muy simple: una sala de reuniones con vistas al mar. Una pantalla enorme de televisión. Once personas alrededor de ella, y mucho talento. Tanto en una parte de la mesa, como en la otra. Tanto en quien era receptor de la propuesta, como en quien era proponedor.
Hilvanar. Este tendría que ser el verbo a emplear para describir la acción que ha tenido lugar. Fluir. Lo que ha ido sucediendo a lo largo de casi dos horas. Un auténtico ejercicio de comunicación: la que se ha propuesto y la que se ha producido, paella incluida.
Gracias Xavi, Juan, Emilio, Xavi, y Antonio por haber podido compartir pantalla, mesa y mantel. Un auténtico placer.
martes, 16 de septiembre de 2008
De vuelta
Intenciones al margen, a lo largo de estos últimos días he podido comprobar lo difícil que es dar instrucciones concretas y, lo que es todavía más difícil, lo dificultoso que resulta seguirlas cuando uno es el destinatario. ¿Una cuestión sin relación con el eje de este sitio? No. El fenómeno que apunto no es otra cosa que un mal cierre del circuito de comunicación. ¿Cuáles son las causas? ¿Problemas en el lanzamiento del mensaje? ¿Una mala selección de las vías elegidas para hacerlo llegar a nuestro destinatario? ¿Una suma de ambas?
No creo en los efectos sin causa, por lo que estoy convencido de que cuando esto ocurre es porque hay motivo. Y tampoco creo en las casualidades: las cosas no ocurren porque sí. ¿Hemos de presuponer, por tanto, que cuando el proceso de comunicación falla es porque alguien no hace bien su labor? Posiblemente. Unas veces por desidia, otras por un exceso de confianza, las más por conformismo. El caso es que los unos por los otros… el mensaje sin surtir su efecto. Y no estamos hablando de cuestiones baladís. Son numerosos los mensajes, las instrucciones que quedan constantemente en el aire, pendientes, mal resueltas. Son innumerables las repeticiones de acción a que nos vemos sometidos por no cerrar a tiempo y en condiciones el circuito de comunicación. Miles de ocasiones desperdiciadas, miles de horas derrochadas. ¿Introducimos el factor coste? No. Para qué si ya sabemos que eso tiene una traslación directa a la cuenta de resultados (me da lo mismo si se tratad del ámbito profesional que si hablamos del personal).
Fijémonos un poco más. Detengámonos un momento en mirar, pensar, decidir y comunicar lo que queremos que se haga. Todo va a ser mucho más fluido. Y de paso va a costar menos. Pero por otra parte, detengámonos, pensemos y comprendamos qué es exactamente lo que nos quieren decir. Seguramente nos ahorraremos un montón de preguntas, muchas aclaraciones inútiles y, sobre todo, mucha pasta.
martes, 2 de septiembre de 2008
Cerrar el círculo
Posiblemente sea entonces, o justo antes, o tal vez momentos después, cuando uno puede tomar conciencia de lo que significa para un creador de mensajes (en cualquiera de los ámbitos implicados en ello) poder constatar que el que ha salido de su mano -iba a decir de su pluma, pero me ha parecido excesivamente cursi- ha llegado a quien estaba dirigido. Ha completado el círculo previsto para él. No se trata de creatividad. No es solamente una buena gestión de los canales a través de los que distribuirlo. No es una cuestión de más o menos recuerdo. Ni tan siquiera de relevancia generada para el producto, servicio o lo que sea. Tiene un punto de magia. De descontrol. Tiene todo el atractivo de lo que no está en toda su dimensión en nuestras manos. De lo que, además de depender de nuestro buen hacer, está en función de un buen aceptar por parte de un tercero. A ver si va a ser verdad que esto es un oficio y que en él no todo es ni puede ser ciencia.
jueves, 28 de agosto de 2008
Dudas
Posiblemente sean todas ellas preguntas ya respondidas por muchos o, simplemente, con muchas respuestas e interpretaciones posibles, no obstante creo que sólo una me satisface: sin estrategia es posible construir grandes piezas (a la vista está), pero es mucho más difícil construir grandes planteamientos que den respuesta a grandes necesidades. Lo he declarado en público y en privado desde hace ya mucho tiempo: prefiero actuar bajo la fórmula CCC (Con Conocimiento de Causa) que con la fórmula APH (A Puto Huevo).
Llámeseme clásico o incluso periclitado si se quiere, pero es lo que tiene creer en algo: se acaba declarando.
La comunicación, aun la de menor rango, responde a la voluntad de establecer una determinada relación entre dos elementos, sean éstos los que se quieran. Una relación y no otra. Algo que responde a una determinada voluntad y no a otra. Algo que persigue un determinado efecto y no otro. Algo, por tanto, que tiene que estar sujeto a un determinado objetivo y no a otro. ¿Es esto la negación de la espontaneidad? No. Es el reconocimiento de que la comunicación es proactiva y la espontaneidad puede ser tremendamente reactiva: a un impulso, a una situación, a una provocación… A veces la naturalidad puede ser simplemente ignorancia.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Septiembre
A través de sus dibujos he podido constatar con qué contundencia se puede hablar sin tener que mediar palabra alguna. Silencio, se habla. Con qué sencillez transmite aquello que quiere transmitir y con que fuerza comunica la idea central que le bulle. Alguien muy próximo a mí me dijo una vez que los mejores spots eran aquellos que, sin necesidad de tener la voz puesta, eran capaces de transmitir, de comunicar aquello para lo que habían estado creados. Supongamos que ello es verdad. Supongamos que con la imagen nos basta.
Si es así Banksy es uno de los mejores comunicadores a los que podemos acceder. Directo, claro, transgresor, enigmátco a veces, potenciador de la obra en contraposición al culto a su creador, dominio del escenario, utilización precisa de los medios.
Comunicación en estado puro. Aunque la expresión sea tremendamente manida.